La lucha para hacer lo bueno (Romanos 7:7-25)

Pablo está de concluir su larga discusión de fe, ley, y pecado. Pronto nos dará una visión de una nueva vida en el Espíritu, una vida victoriosa. Pero para el momento, todavía está en la lucha de un hombre religioso que quiere hacer lo recto.

7¿Qué concluiremos? ¿Que la ley es pecado? ¡De ninguna manera! Sin embargo, si no fuera por la ley, no me habría dado cuenta de lo que es el pecado. Por ejemplo, nunca habría sabido yo lo que es codiciar si la ley no hubiera dicho: «No codicies.»

El propósito de la ley

Con todos los problemas que la ley nos causa, algunos pudieran decir que es mala, que es pecaminosa. Pero todo lo que Dios hace es buena, y la ley tiene un propósito: Nos revela nuestro pecado. Cuando leemos los mandamientos nos damos cuenta de que nosotros somos quebrantándolos; el problema no es la ley.

El enfoque exclusivo de Pablo en la ley como la fuente de nuestra conciencia del pecado puede parecer exagerado, porque antes habló de la revelación natural, y la conciencia que Dios nos ha dado para discernir entre lo bueno y lo malo. Pero aparentemente Pablo pone eso a un lado para el momento para clarificar el rol de la ley aquí, sobre todo en la experiencia judía. Romanos es un libro de la ley; usa la palabra “ley” más que cualquier otro libro de la Biblia (¡74 veces!).

 8 Pero el pecado, aprovechando la oportunidad que le proporcionó el mandamiento, despertó en mí toda clase de codicia. Porque aparte de la ley el pecado está muerto.

La ley despierta malas pasiones, y el pecado (la naturaleza caída y pecaminosa) se aprovecha de esa oportunidad para despertar toda clase de codicia.

Si no hubiera ninguna ley, no habría nada para definir lo malo, y el pecado estaría muerto. Solamente se despertó cuando Satanás tentó a Adán y Eva para desobedecer ese primer mandamiento en Edén, y aceptaron su mentira.

9 En otro tiempo yo tenía vida aparte de la ley; pero cuando vino el mandamiento, cobró vida el pecado y yo morí. 10 Se me hizo evidente que el mismo mandamiento que debía haberme dado vida me llevó a la muerte; 11 porque el pecado se aprovechó del mandamiento, me engañó, y por medio de él me mató.

El pecado mata y engaña

Aquí, ¿habla Pablo de Adán antes del mandamiento, o de sí mismo en la inocencia de su niñez? Si aceptamos el concepto del pecado original, Adán sería el único verdaderamente libre del pecado.

Ahora, con el pecado vivo a causa del mandamiento, ello se convierte en una persona ficticia que le engaña y le mata. ¡No subestimes el pecado! ¡Tiene el poder para engañar y matar!

12 Concluimos, pues, que la ley es santa, y que el mandamiento es santo, justo y bueno.

Otra vez, aunque el resultado de la ley es la muerte, la culpa no es de la ley; solamente revela la rebelión en nuestros corazones. La culpa es la nuestra.

13 Pero entonces, ¿lo que es bueno se convirtió en muerte para mí? ¡De ninguna manera! Más bien fue el pecado lo que, valiéndose de lo bueno, me produjo la muerte; ocurrió así para que el pecado se manifestara claramente, o sea, para que mediante el mandamiento se demostrara lo extremadamente malo que es el pecado.(DHH: Y así, por medio del mandamiento, quedó demostrado lo terriblemente malo que es el pecado.)

El propósito de la ley es para mostrarnos nuestra depravación, para llevarnos a la desesperación. El pecado es tan feo que llevó al Hijo de Dios a la cruz. Nos damos cuenta de que es imposible en nuestra fuerza obedecer los mandamientos; necesitamos a un Salvador. Sin la misericordia y gracia de Dios estamos perdidos.

14 Sabemos, en efecto, que la ley es espiritual. Pero yo soy meramente humano (débil, carnal), y estoy vendido como esclavo al pecado.

Esclavo al pecado

¿Crees eso? En nuestro orgullo, es difícil para muchos admitir que somos esclavos, pero nuestra experiencia lo confirma:

15 No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco. 16 Ahora bien, si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo en que la ley es buena; 17 pero, en ese caso, ya no soy yo quien lo lleva a cabo sino el pecado que habita en mí. 18 Yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa, nada bueno habita. Aunque deseo hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. 19 De hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. 20 Y si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace sino el pecado que habita en mí.

Puede parecer que Pablo está jugando con palabras.

Está confuso:

  • No hace lo que quiere.
  • Hace lo que aborrece.

Hacer lo que no quiere confirma que la ley es buena:

  • El pecado que habita en él tiene el poder para hacer lo que no quiere hacer.
  • Nada bueno habita en su naturaleza pecaminosa.

Desea hacer lo recto:

  • Pero no es capaz de hacerlo.
  • No hace el bien que quiere.
  • Hace el mal que no quiere.

Concluye que no es el verdadero “Pablo” que hace lo malo, sino el pecado que habita en él.

¿Te parece que Pablo está echando la culpa, buscando una excusa para su pecado? Es posible que hay tanto conflicto dentro de nosotros que puede parecer que “el pecado” nos controla. ¿Te recuerda de tu experiencia?

21 Así que descubro esta ley: que cuando quiero hacer el bien, me acompaña el mal. 22 Porque en lo íntimo de mi ser me deleito en la ley de Dios; 23 pero me doy cuenta de que en los miembros de mi cuerpo hay otra ley, que es la ley del pecado. Esta ley lucha contra la ley de mi mente, y me tiene cautivo.

La guerra interior

Si es difícil para Pablo explicar lo que está pasándole, ¡es porque hay una guerra interior! Lo bueno y lo malo están batallando; hay guerra entre su mente y los miembros de su cuerpo. ¡Y él es un cautivo de esa guerra! No puede escapar lo maligno. Siempre está allí, mofándose por ello cada vez que quiere hacer lo bueno, y casi siempre gana.

Esto puede explicar porque te sientes malentendido. En tu mente, en el hombre interior, tú puedes ser un tipo bueno, pero para alguna razón lo que intentas hacer para bien siempre sale mal.

Este es un hombre bajo la ley.  En su interior, en su mente, se deleite en la ley. Pero no puede obedecerla, no puede poner en práctica la Palabra, porque es cautivo a los malos deseos de su cuerpo. Es el testimonio de Israel en todo el Antiguo Testamento; es el antiguo pacto.

24 ¡Soy un pobre miserable! ¿Quién me librará de este cuerpo mortal?

¿Es esta la experiencia cristiana?

Muchos dicen que esta es la experiencia normal del cristiano en este mundo: Siempre habrá esta lucha entre el viejo y el nuevo hombre; nunca estamos completamente libres de la naturaleza pecaminosa. ¿Pero de verdad crees que Dios te quiere un pobre miserable? ¿No crees que Cristo tiene el poder para librarte de este cuerpo mortal, de la naturaleza pecaminosa, incluso en esta vida? ¡Yo creo que sí! Y eso es exactamente lo que dice Pablo:

25 ¡Gracias a Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor!

El capítulo 7 es la experiencia de alguien religioso que no conoce el poder del Espíritu en su vida. Es la excusa que muchos usan para explicar la pobreza de su experiencia en Cristo. El capítulo 8 describe la verdadera vida cristiana, pero antes de entrar en eso, Pablo resume su experiencia como un judío celoso:

En conclusión, con la mente yo mismo me someto a la ley de Dios, pero mi naturaleza pecaminosa está sujeta a la ley del pecado.

No hay esperanza ninguna. La ley no te ayuda cambiar la vida; no tiene esa potencia. Solamente te muestra cuan feo y rebelde eres. La única respuesta es matar al viejo hombre (la naturaleza pecaminosa), nacer de nuevo, y caminar en el poder del Espíritu Santo.

Entonces, ¿cómo debes responder a la ley?

  • Deléitate en ella.  Te revela el corazón de Dios, y te revela la rebelión en el tuyo. Dios quiere que te lleva al arrepentimiento.
  • Da gracias a Dios por su gracia y misericordia.  No la mereces. Tu deber es obedecer la ley completamente, o morir. Pero Cristo cumplió la ley perfectamente y te ha librado de tu esclavitud a ella.
  • Estúdiala para aprender lo que agrada a Dios. Te sirve como una guía.

No habrá ninguna ley en el cielo, y en el capítulo 8 vamos a ver como experimentar un poquito del cielo ahora. Mientras tanto, si estás envuelto en la guerra frustrante que Pablo describe aquí, hay esperanza. Viene por medio de una persona: Jesucristo, Señor nuestro.  No más de las reglas y la religión para obtener la victoria; es una relación viva con Jesús.