El Sermón del Monte contiene la enseñanza más comprensiva sobre el ADN del reino de Dios, pero el reino es un tema central en todo el evangelio de Mateo. Hay cinco discursos por Jesús; el Sermón del Monte es el primero, el último es el capítulo 24, sobre su segunda venida. Este cuarto discurso se aplica los valores del reino a nuestras relaciones.
¿Quién es el más importante?
El capítulo empieza con esta pregunta de parte de los discípulos:
1―¿Quién es el más importante en el reino de los cielos?
Seguramente la respuesta de Jesús los sorprendió:
2 Él llamó a un niño y lo puso en medio de ellos. 3 Entonces dijo: ―Les aseguro que a menos que ustedes cambien y se vuelvan como niños, no entrarán en el reino de los cielos. 4 Por tanto, el que se humilla como este niño será el más grande en el reino de los cielos. 5Y el que recibe en mi nombre a un niño como este, me recibe a mí.
No es una cuestión de ser grande en el reino, sino de entrar en el reino. Los discípulos tienen una mentalidad equivocada, la mentalidad del mundo, que busca la posición, el poder y las cosas materiales. Para entrar en el reino (para ser salvos), primero tenemos que abandonar esa mentalidad, cambiar (arrepentirnos) y volvernos como un niño. Por supuesto, físicamente eso no es posible, tal como no es posible volver al vientre de tu mamá para nacer de nuevo. Pero espiritualmente tenemos que humillarnos y empezar de nuevo, como un bebé, y tener la humildad, la sencillez y el corazón de un niño. Es fácil competir por puestos en la iglesia, estar preocupado con la organización del reino y hacer de la iglesia un negocio. Es más difícil hacerse como un niño, débil y dependiente y sin estatus social ni influencia.
Aún más, Jesús bendice en una manera especial a la persona que recibe a un niño en su nombre, similar a lo que Él dice en Marcos 9:41: Les aseguro que cualquiera que les dé un vaso de agua en mi nombre por ser ustedes de Cristo no perderá su recompensa, o en Mateo 25:40, cuando Jesús habló de ministrar a los más necesitados: El Rey les responderá: “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí”. Parte de humillarse como niño es recibir a otros “niños” con los brazos abiertos; la gente desechada por el mundo debe hallar una bienvenida en la iglesia.
¿Crees que has entrado en el reino? ¿Te has vuelto y cambiado para tener la humildad de un niño? ¿Recibes a niños? ¿O todavía tienes la mentalidad del mundo, buscando posición, fama, riquezas y poder?
La gravedad del pecado
6 Pero, si alguien hace pecar a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgaran al cuello una gran piedra de molino y lo hundieran en lo profundo del mar. 7¡Ay del mundo por las cosas que hacen pecar a la gente! Inevitable es que sucedan, pero ¡ay del que hace pecar a los demás! 8 Si tu mano o tu pie te hace pecar, córtatelo y arrójalo. Más te vale entrar en la vida manco o cojo que ser arrojado al fuego eterno con tus dos manos y tus dos pies. 9 Y, si tu ojo te hace pecar, sácatelo y arrójalo. Más te vale entrar tuerto en la vida que con dos ojos ser arrojado al fuego del infierno.
Hacer pecar (o tropezar) a un niño (o alguien humilde, con la fe de un niño), es un pecado muy grave. Un niño por naturaleza confía, y la traición por un pastor, un padre o alguien en quien puso su confianza es muy destructivo. Por desgracia, en este mundo es inevitable que habrá tropiezos, pero el que hace pecar a otro será juzgado más severamente. Tenemos que hacer todo lo necesario y lo posible para evitar el pecado, y no hacer tropezar a un niño.
Jesús nos da dos ejemplos extremos para comunicar la gravedad del pecado y la necesidad de ser implacable en resistirlo. Por supuesto, Él no espera que colguemos una piedra al cuello del transgresor y tirarle al mar para hundirse. Tampoco espera que nos mutilemos. ¡La iglesia estaría llena de cojos y ciegos! Hay historias confirmadas de hombres que se han cortado el miembro masculino para evitar el pecado. ¡Jesús no quiere eso!
Decir “él me hizo pecar” tampoco es una excusa para el pecado. El que permanece en pecado, que lo practica, no puede entrar en el reino; no se ha arrepentido, y no tiene el corazón ni la sencillez de un niño. El infierno y su fuego eterno son reales. No hay lugar ninguno para el pecado en el reino de Dios.
- ¿Sirves como una piedra de tropiezo para algún niño?
- ¿Hay alguien que tienes que perdonar que te hizo pecar en el pasado?
- ¿Has aceptado tu propia responsabilidad por el pecado, o solo culpas a esa persona?
- ¿Estás haciendo todo lo necesario para evitar el pecado? Si tienes que cortar el Internet para evitar la pornografía, ¿estás dispuesto a tomar esa medida radical?
La importancia de cada pequeño
10 »Miren que no menosprecien a uno de estos pequeños. Porque les digo que en el cielo los ángeles de ellos contemplan siempre el rostro de mi Padre celestial.
Jesús acaba de decir que un pequeño es el más grande en el reino, pero la tendencia humana no es exaltar al niño, sino menospreciarlo. ¿Cómo? Menospreciar es: “Tener a una cosa o a una persona en menos de lo que es o de lo que merece; desdeñar, despreciar” (Diccionario de la lengua española). Si hacemos tropezar a un niño, lo menospreciamos. ¿Y por qué es tan grave?
Jesús introduce aquí el concepto bien conocido de un “ángel guardián.” Aparentemente cada persona tiene a un ángel que mora en la presencia de Dios, pero los ángeles de los pequeños tienen un acceso especial; siempre contemplan el rostro del Padre. Si ellos tienen ese privilegio, nosotros también deberíamos honrar a los pequeños en nuestro medio.
12 »¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le extravía una de ellas, ¿no dejará las noventa y nueve en las colinas para ir en busca de la extraviada? 13 Y, si llega a encontrarla, les aseguro que se pondrá más feliz por esa sola oveja que por las noventa y nueve que no se extraviaron. 14 Así también, el Padre de ustedes que está en el cielo no quiere que se pierda ninguno de estos pequeños.
En el reino, cada persona tiene un valor infinito. Dios va a hacer todo lo posible para buscar y encontrar una oveja descarriada. Hay un gozo muy especial cuando la persona apartada se arrepiente y vuelve al redil. Nos recuerda a la parábola del hijo perdido: el gozo del padre cuando el hijo vuelve a casa, y los celos del hermano mayor (Lucas 15:11-31). Aquí la oveja perdida es un pequeño. Tal vez los pequeños sean más propensos a extraviarse, pero el corazón del Padre es muy tierno hacia ellos.
La Biblia nos da muchas armas para nuestras oraciones. El verso 14 dice claramente que no es la voluntad del Padre perder a ninguno de sus pequeños. Pedro lo amplia más para incluir a todos: El Señor no quiere que nadie perezca, sino que todos se arrepientan (2 Pedro 3:9). Si estás intercediendo por un cónyuge o hijo descarriado, tú puedes reclamar esta palabra. La persona quien busca a ovejas descarriadas y se preocupa por los pequeños va a recibir una bendición especial, y la ayuda del Padre. El hombre que causa una de estas ovejas a extraviarse será juzgado con dureza.
- ¿Hay una oveja extraviada en tu iglesia que tienes que buscar? ¿O en tu familia?
- ¿Cuál es tu actitud hacia hermanos apartados? ¿Haces comentarios y chismeas sobre ellos?
- ¿Tienes que orar con más fe por alguna oveja descarriada? ¡Tu Padre no quiere perderla!
El hermano que peca contra ti
15 »Si tu hermano peca contra ti, ve a solas con él y hazle ver su falta. Si te hace caso, has ganado a tu hermano. 16 Pero, si no, lleva contigo a uno o dos más, para que “todo asunto se resuelva mediante el testimonio de dos o tres testigos”. 17 Si se niega a hacerles caso a ellos, díselo a la iglesia; y, si incluso a la iglesia no le hace caso, trátalo como si fuera un incrédulo o un renegado.
Algunos manuscritos antiguos dicen que el hermano “peca contra ti,” otros simplemente dicen “peca.” Lo importante es mantener el Cuerpo de Cristo limpio y libre del pecado, y es la responsabilidad de cada miembro hacer su parte. En el reino no hay lugar para el resentimiento, el odio, la venganza o los chismes. Si alguien peca contra ti, no chismees. Hay un proceso claro que seguir:
- Puede ser difícil, pero habla con la persona a solas, orando que el Espíritu Santo le revele su falta. Puede ser que tú estés equivocado, y él no cometió ninguna ofensa.
- Si no te recibe y no pide perdón ni a ti ni a Dios, entonces hay que llevar a uno o dos más (como el pastor o un anciano). No es para atacarlo en grupo, sino en amor buscar una resolución del problema.
- Si todavía la persona se niega a escuchar, lleva el caso ante la iglesia. No es para condenar al hermano, sino orar por él y juntos buscar una salida para él.
- Si no se arrepiente de su pecado, ya no lo consideramos un hermano en Cristo.
Esta cuestión de disciplina en la iglesia es muy delicada y requiere mucha oración y unción del Espíritu Santo. Si intentamos hacerlo en la carne, se puede dañar a la persona e incluso podríamos perderla para siempre. También tenemos que balancear lo que Cristo acaba de decir sobre buscar a la oveja perdida (18:12), con el trato de esta persona como un incrédulo o u renegado. El deseo del Padre (la cual siempre debe ser nuestra meta también) es la restauración del hermano. Seguimos orando y haciendo lo que podamos; a continuación hay una herramienta poderosa Dios que nos ha dado para esa lucha.
Hay poder y autoridad en el ADN del reino
18 »Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo. 19Además les digo que, si dos de ustedes en la tierra se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que pidan, les será concedida por mi Padre que está en el cielo. 20 Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».
Hemos visto claramente la necesidad de la humildad, reconciliación y pureza en la iglesia. No podemos tolerar el pecado; nos separa de Dios y de otros hermanos. Pero Jesús sabe que a veces, a pesar de nuestros esfuerzos:
- Todavía habrá piedras de tropiezo en la iglesia.
- Habrá pecado que nos ata, que no podemos vencer.
- Habrá ovejas descarriadas que no quieren volver al redil, hermanos perdidos.
- Habrá algunos ofendidos por la disciplina de la iglesia que no se arrepienten. Puede causar divisiones en la iglesia, y la persona puede caer en pecado muy grave.
La tentación de muchas iglesias es rechazar al hermano, chismear acerca de él y hacer comentarios de cómo andaba con malos compañeros o no era consistente en sus diezmos o en la asistencia en la iglesia. Pero aquí Jesús nos ofrece otra opción: Dios mismo comparte su autoridad y poder con nosotros.
Tradicionalmente, la iglesia ha enseñado que esta autoridad para atar y desatar se relaciona a perdonar a este pecador o no. Según ellos, si la persona no se arrepiente, le “atamos” en una prisión de disciplina o excomunión. Si se arrepiente, le “desatamos” de culpa y le perdonamos. Puede ser que eso es todo lo que Cristo quiso decir aquí, pero Él no incluye ninguna condición para atar o desatar; es “todo.” En el reino tenemos la autoridad de atar a ese espíritu maligno que hace a un hermano servir de tropiezo en la iglesia. Atamos esas adicciones que mantienen a un hermano en drogas o pornografía. Atamos aquella ceguera que impide que un hermano vea su fracaso. Y desatamos el perdón, la misericordia, la humildad y el poder de Dios.
La misma autoridad de atar y desatar fue dada a Pedro cuando él confesó a Cristo como mesías:
―Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente —afirmó Simón Pedro.
―Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás —le dijo Jesús—, porque eso no te lo reveló ningún mortal, sino mi Padre que está en el cielo. Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las puertas del reino de la muerte no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo (Mateo 16:16-19).
Algunos erróneamente han creído que Cristo le dio a Pedro una autoridad única como el primer “papa” de la iglesia. Pero aquí, en el capítulo 18, Jesús le da esa misma autoridad a cada creyente. La “piedra” de la iglesia es la fe que Cristo es el Hijo de Dios. ¡El reino de Dios es un reino de poder! Y aquí también Él nos da una promesa maravillosa: Si dos creyentes se ponen de acuerdo con respecto a cualquier cosa que pidan, el Padre la hará. Es un cheque en blanco, “cualquier cosa.” No hay condición: “les será concedida.” Pero tenemos que estar de acuerdo. Por eso la unidad y la reconciliación entre hermanos son tan importantes. No es un acuerdo superficial, sino el mismo sentir, el mismo corazón, un acuerdo en el Espíritu. La misma autoridad para atar y desatar es dada aquí, pero en este caso no está en el contexto de la disciplina de un hermano, sino la función del reino.
Jesús mismo está siempre presente cuando dos o tres están reunidos en su nombre. La iglesia no es un juego, ni un club social, ni un negocio. Es el Cuerpo de Jesús, la manifestación del reino de Dios aquí en la tierra. Cada miembro tiene gran valor, gran poder y gran autoridad.
¡Yo también era un pecador! ¡Dios me salvó! Tengo que ser paciente, compasivo y misericordioso con los pecadores. Perdonar no es opcional. Si yo no perdono de corazón a mi hermano, Dios no me perdonará, y seré torturado en el fuego eterno del infierno.
Si los pequeños son maltratados, si hay pecado, si hay división y desacuerdo, Cristo no estará presente, no habrá autoridad para atar y desatar, y no habrá oración contestada. Todo este capítulo nos llama a humillarnos, a reconocer la misericordia de Dios en nuestras vidas y a ofrecer la misma misericordia y perdón a otros. Esa humildad y unidad tocan al corazón del Padre y desatan su poder para nosotros.