Juan 8:2-12  ¿Quién va a tirar la primera piedra?

Los Proverbios hablan mucho sobre el peligro del adulterio, por ejemplo en 6:32:

Pero al que comete adulterio le faltan sesos;
el que así actúa se destruye a sí mismo.

El adulterio es uno de varios pecados que merece la pena de muerte según la ley del Antiguo Testamento:

Si un hombre es sorprendido durmiendo con la esposa de otro, los dos morirán, tanto el hombre que se acostó con ella como la mujer. Así extirparás el mal que haya en medio de Israel (Deuteronomio 22:22).

Levítico 20 incluye una lista de relaciones sexuales perversas (fuera del matrimonio), las cuales también merecen la muerte. Jesús obedecía la ley, y sabemos que todavía se practicaba apedrear en el primer siglo (por ejemplo, Esteban en Hechos 7), pero nunca vemos a Jesús apedrear a nadie. Ejecutar a alguien tampoco era tan simple; Deuteronomio 17:1-7 describe un procedimiento bastante complicado.

A nosotros nos puede parecer radical matar a alguien que comete adulterio, pero Dios toma en serio la necesidad de mantener a su pueblo puro. Juan 8 nos presenta con una respuesta alternativa al pecado obvio. Andar como Jesús exige mucho amor y misericordia, incluso para alguien que viola uno de los Diez Mandamientos, como un adúltero.

El ministerio empieza al amanecer

Al amanecer se presentó de nuevo en el templo. Toda la gente se le acercó, y él se sentó a enseñarles.

Varias veces vemos a Jesús levantarse temprano de mañana: para orar, para reunirse con los discípulos en la playa (Juan 21) y, aquí, para enseñar a la gente. En esa hora aparentemente ya había mucha gente en el templo, y Jesús es la atracción principal. Nosotros estamos acostumbrados a pararse a predicar o enseñar, pero, como todos los rabinos de esa época, Jesús se sentó. Y casi siempre parece muy tranquilo en su estilo de enseñar; no lo vemos como muy animado o gritando (a diferencia de muchos predicadores actuales).

¿Dónde está el hombre adúltero?

Los maestros de la ley y los fariseos llevaron entonces a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola en medio del grupo le dijeron a Jesús:

―Maestro, a esta mujer se le ha sorprendido en el acto mismo de adulterio. En la ley Moisés nos ordenó apedrear a tales mujeres. ¿Tú qué dices?

Lo que sucedió aquí nos presenta varias preguntas:

  1. ¿Por qué estaban viendo lo que pasa en la vida privada de la gente? ¿O era posible que la esposa del hombre, o el marido de la mujer, los encontró y habló con los fariseos?
  2. Parece una falta de respecto interrumpir la enseñanza de Jesús con esta distracción.
  3. Es muy humillante para la mujer ser presentada delante de todos; carecen totalmente de amor o de misericordia.
  4. Convenientemente ignoran la parte de la ley que dice que los dos tienen que morir. Refleja el estatus inferior de las mujeres en esa era, algo que Dios nunca pretendió. Jesús fue notable en dar honor a la mujer.

A veces es mejor no decir nada

Con esta pregunta le estaban tendiendo una trampa, para tener de qué acusarlo. Pero Jesús se inclinó y con el dedo comenzó a escribir en el suelo. 

No sabemos lo que Jesús escribió, pero hay muchas conjeturas, entre ellas “hipócrita,” o, posiblemente, algunos de los pecados de esos maestros y fariseos.

Varias veces Jesús demuestra que a menudo es mejor no decir nada. Él sabía que era una trampa; si Jesús la deja salir libre, pueden acusarlo de no obedecer la ley. Pero sería horrible apedrearla allí, y podrían acusar a Jesús frente a los romanos, quienes no permitieron que los judíos llevaran a cabo sus propias ejecuciones (Juan 18:31).

¿Quién va a tirar la primera piedra?

Y, como ellos lo acosaban a preguntas, Jesús se incorporó y les dijo:

―Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.

Jesús ratificó la ley; no pueden acusarle de estar en contra de la ley, y también les ofreció la oportunidad de irse con dignidad. Pero, dado que ellos lo acosaban a preguntas, Jesús es obligado a señalar a ellos.

Algunos están muy listos para tirar piedras. Ellos están observando por cada falla, para condenar y juzgar a la persona. Jesús nos ofrece una alternativa radical: Solo el que esté libre del pecado tiene el derecho de hablar sobre el pecado de otros. Tú, ¿eres más apto para condenar y juzgar, o mostrar compasión y perdonar?

E inclinándose de nuevo, siguió escribiendo en el suelo. 

Otra vez vemos que no hay que decir mucho. Jesús no los condenó; ni tenía que regañarlos por todos sus pecados. Él dejó que el Espíritu Santo hiciera su obra en ellos. Jesús era el único libre de pecado, pero en lugar de tirar piedras, volvió a escribir en el suelo.

Al oír esto, se fueron retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos, hasta dejar a Jesús solo con la mujer, que aún seguía allí. 

Los mayores eran más conscientes de su pecado, y lo suficientemente humildes para retirarse y no pelear con Jesús. ¿Estarías tú entre los primeros? ¿O es difícil para ti humillarte y confesar que no eres perfecto?

Jesús no vino a condenar

10 Entonces él se incorporó y le preguntó: ―Mujer, ¿dónde están? ¿Ya nadie te condena?

11 ―Nadie, Señor.

―Tampoco yo te condeno. Ahora vete, y no vuelvas a pecar.

No hay excusa para el pecado, pero tampoco hay excusa para un espíritu crítico, que condena y humilla a otros. El amor y la misericordia son tan importantes como la santidad.

Jesús salvó su vida; ahora ella tiene que arrepentirse y no pecar más. Por desgracia, Jesús ofrece a muchas personas el perdón y la oportunidad de comenzar de nuevo, y ellos regresan a su pecado, o condenan a otros por pecados tal vez menos graves. Juan 3:17-21 dice:

Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él. El que cree en él no es condenado, pero el que no cree ya está condenado por no haber creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios. Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, pero la humanidad prefirió las tinieblas a la luz, porque sus hechos eran perversos. Pues todo el que hace lo malo aborrece la luz, y no se acerca a ella por temor a que sus obras queden al descubierto. En cambio, el que practica la verdad se acerca a la luz, para que se vea claramente que ha hecho sus obras en obediencia a Dios.

¿Hay algún pecado que tú tengas que abandonar? Jesús te ayudará a andar libre del pecado.

El que sigue a Jesús no anda en tinieblas

12 Una vez más Jesús se dirigió a la gente, y les dijo: ―Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.

Parece que todo el tiempo la multitud estaba observando, y Jesús les ofrece consejos muy simples para evitar el pecado: Seguirle. Jesús es la luz del mundo. Si andamos con Él será imposible andar en tinieblas; su luz iluminará nuestro camino.

En él estaba la vida,
y la vida era la luz de la humanidad.
Esta luz resplandece en las tinieblas,
y las tinieblas no han podido extinguirla.

(Juan 1:4-5)

¿Andas en las tinieblas? ¿Dirías que tienes la luz de vida? ¿Está brillando tu luz? Si no, ¿estás realmente siguiendo a Jesús? Si no, probablemente estás tirando piedras, o sientas que están tirando piedras  a ti. Cristo te ama. Él no tira piedras. Te recibe y te acepta tal como eres. Si te sientes humillado y condenado por fariseos, Cristo te dice: “Vete, y no vuelvas a pecar.” No tires piedras. Cristo te salvó de ellas, ahora ten la misma compasión y misericordia de otros pecadores.