En su oración en Juan 17, Jesús dice que no somos del mundo, sino que hemos sido enviados al mundo tal como su Padre envió a Jesús a esta tierra. En este lugar oscuro y decadente, Él dice que somos la sal de la tierra y la luz del mundo. Jesús describió a la persona bendecida (quien tiene el ADN del reino) como hambrienta, sedienta, mansa, llorona y pobre de espíritu; no es una persona que se espera que tenga un impacto transformador en su mundo. Y la persona bendita no es bien recibida; de hecho, puede esperar ser perseguida. Pero también es justa, misericordiosa y pacificadora, de corazón puro, lo cual le ayuda a ser sal y luz.
La sal de la tierra
13Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. (RVR)
»Ustedes son la sal de la tierra. Pero ¿para qué sirve la sal si ha perdido su sabor? ¿Pueden lograr que vuelva a ser salada? La descartarán y la pisotearán como algo que no tiene ningún valor. (NLT)
La mayoría de los bebés en Cristo ni siquiera se dan cuenta de lo que sucedió cuando aceptaron a Jesús como Señor y Salvador, y entregaron la vida a Él. Es un paquete, todo incluido, un ADN nuevo; no son opciones que podamos elegir o no:
- Naces de nuevo como una criatura nueva; todas las cosas viejas han pasado.
- Eres perdonado del pecado.
- Eres miembro del cuerpo de Jesucristo, la iglesia universal.
- Dios te envía como embajador del Rey.
- Dios te adopta como su hijo.
Y aquí Jesús dice que eres la sal de la tierra (y, en el próximo versículo, la luz del mundo). No te ofrece esa opción: “¿Quieres ser sal?” No, tú eres la sal de la tierra. Tú, y todos los creyentes del mundo.
El ADN de la sal
La sal es 40% sodio y 60% cloruro. Es uno de los minerales más abundantes en esta tierra y es esencial para la vida. La sal se extrae de depósitos de los viejos mares secos, pero la mayor fuente son las aguas del mar. ¡Y la sal incluso ha venido a esta tierra en meteoritos! Sal se ha utilizado durante miles de años. Jesús no profundiza en lo que significa ser sal, pero sabemos que:
- La sal condimenta; sin sal la comida es insípida. Un poco de sal transforma el sabor, acentuando el sabor que ya está en la comida. No se necesita mucha sal para condimentar una olla entera de carne. Pablo nos animó a tener ese impacto en cada interacción con otros: Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno (Colosenses 4:6, RVR).
- La sal preserva y purifica. Podría ser que Jesús estaba pensando en este milagro en 2 Reyes 2:21: Eliseo fue al manantial y, arrojando allí la sal, exclamó: ―Así dice el Señor: “¡Yo purifico esta agua para que nunca más cause muerte ni esterilidad!”
- La sal limpia y desinfecta, ya sea una herida en el cuerpo o algo en la casa. En el pasado, frotaban a un recién nacido con sal para limpiarlo: El día en que naciste no te cortaron el cordón umbilical; no te bañaron, no te frotaron con sal, ni te envolvieron en pañales (Ezequiel 16:4).
- Solo el 6% de la sal que se fabrica hoy en día se usa en alimentos. El 68% se utiliza en productos químicos industriales. Existen alrededor de 14,000 aplicaciones comerciales de la sal. Hay páginas en Internet que dan cientos de usos a la sal en la vida diaria. Algunos de ellos son:
- Mejorar el sabor del café, eliminando la acidez (un poquito en la cesta de café)
- Eliminar el óxido (con un poco de jugo de limón)
- Quitar manchas de tazas de café o te
- Aliviar el dolor en la garganta (gárgaras)
- La sal baja la temperatura a la cual el agua se congela; en climas muy fríos, la sal hace que las carreteras y aceras sean más seguras, y el hielo se derrita.
- El consumo de sal tiene muchos beneficios para la salud.
Para ser útil, tenemos que sacar sal del salero. Tú puedes tener mucha sal almacenada en la cocina, pero es inútil si no la sacas del gabinete, abres el salero, y la agregas a la comida. Hay más que suficiente “sal” (cristianos) para sazonar al mundo entero. No necesitas mucha; hay suficientes creyentes ahora mismo para preservar y sazonar toda la tierra. Hay suficientes en tu ciudad también.
Pero si hay demasiada sal, puede ahogar la vida. Jesús estaba familiarizado con el Mar Muerto. No hay vida en su agua, porque es demasiado salada. La sal tiene que ser dispersada para funcionar bien y dar vida. Si se consume demasiada sal, puede causar un ataque al corazón. El problema es que la mayoría de los cristianos no salen de los saleros (sus iglesias), y cuando entran al mundo no traen el sabor de Jesucristo.
Tipos de sal
- Hay sal común, sal de mesa, que se extrae del mar seco.
- Hay sal marina, que proviene del mar y es de mejor calidad. Tiene más sabor, y tiene nutrientes y minerales que se eliminan de la sal común cuando se refina.
- Recientemente hemos aprendido que hay otra sal, mucho mejor, que se llama sal del Himalaya. Viene solo de las montañas de Asia, y es rosada. Supuestamente tiene su origen en la creación, posiblemente del mar que existía antes de la creación de la tierra. Tiene muchos minerales y nutrientes; de hecho, contiene todos los 84 elementos del cuerpo humano.
Lo más probable es que Jesús, en su vida terrenal, no supiera nada de la sal del Himalaya. Él usaba una sal muy cruda, del mar. ¿Qué tipo de sal eres tú? ¿Traes todo el sabor de Jesucristo? ¿O estás tan refinado por el mundo que has perdido muchas de las valiosas características de la sal? ¿Tienes raíces profundas en la roca de Jesucristo, como la sal del Himalaya?
La sal en el Antiguo Testamento
Hay tres referencias a la sal en el Antiguo Testamento que pueden iluminarnos sobre su significado para Jesús:
- Todas las ofrendas de cereal las sazonarán con sal, y no dejarán que les falte la sal del pacto de su Dios. A todas las ofrendas deberán ponerles sal (Levítico 2:13).
- Yo, el Señor, te entrego todas las contribuciones sagradas que los israelitas me presentan. Son tuyas, y de tus hijos y de tus hijas, como estatuto perpetuo. Este es un pacto perpetuo, sellado en mi presencia, con sal. Es un pacto que hago contigo y con tus descendientes» (Números 18:19).
- Cuando hayas terminado de purificarlo, ofrecerás un ternero y un carnero sin defecto en presencia del Señor, y los sacerdotes los rociarán con sal y los ofrecerán como holocausto al Señor (Ezequiel 43:23-24).
Incluso los eruditos judíos no están seguros del propósito de la sal aquí, y lo que significa un “pacto de sal.” Dios ordenó que se la añadiera a cada ofrenda; era una parte esencial de todo lo se ofrecía ritualmente a Dios.
- A diferencia de la levadura (que se pudre), la sal se conserva, y era representante de la incorrupción y la pureza.
- La sal era un símbolo del pacto, inmutable e inalterable; en especial, pactos de fidelidad y amistad.
- En el Medio Oriente la sal era un símbolo de amistad. Si un hombre compartiera su sal contigo, dijeron que podrías estar seguro de que él no te haría ningún daño, lo que lleva a una expresión común «hay sal entre nosotros.»
- En las iglesias ortodoxas orientales, la sal es un ingrediente obligatorio en el pan de comunión, que refleja este requisito de la sal en una ofrenda.
- En el tradicional rito católico del bautismo, se colocan unos granos de sal en la boca del niño como un signo de sabiduría. La sal también se agrega al agua bendita. Como sacrificios vivos, espiritualmente nos esparcimos con sal para purificarnos y ser aceptables para el Señor.
Jesús nos da un gran valor a nosotros cuando Él dice que somos la sal de la tierra. Nosotros mismos nos convertimos en ese ingrediente esencial cuando nos ofrecemos como sacrificios vivos a Dios. Reflejamos el pacto inmutable e inalterable de perdón de Dios, y la relación reconciliada en nuestras interacciones con el mundo. Ofrecemos a «compartir esa sal» en relaciones fieles con quienes nos rodean. La sal (y la luz) se sacrifican por el bien de la comunidad; es imposible recuperar la sal una vez que haya sazonado la comida, así como la energía gastada para producir luz no se puede recuperar.
Dado el valor y la importancia de la sal, es entendible que Jesús tenga una opinión muy baja de sal insípida que se desvanece y pierde su sabor. ¡No sirve para nada! Jesús habló varias veces del peligro de ella.
Lucas 14:33-35
Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo. Buena es la sal; mas si la sal se hiciere insípida, ¿con qué se sazonará? Ni para la tierra ni para el muladar es útil; la arrojan fuera. El que tiene oídos para oír, oiga. (RVR)
»De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo. La sal es buena, pero si se vuelve insípida, ¿cómo recuperará el sabor? No sirve ni para la tierra ni para el abono; hay que tirarla fuera. El que tenga oídos para oír, que oiga.» (NVI)
Cristo está hablando de nuestra influencia única en el mundo. Para ser útil como sal (y luego luz) tienes que mantener tu diferencia. Dado que es científicamente casi imposible que la sal pierda su sabor, ¿que tenía Jesús en mente? La sal se vuelve insípida cuando se mezcla con otros minerales o es contaminada; ya no sirve para curar, preservar o sazonar. Nosotros somos la sal. El discípulo que quiere ser amigo del mundo, y no renuncia a todo lo que posee, se vuelve insípido y pierde su capacidad de ser una influencia para Cristo. El cristiano que anda en el camino espacioso se contamina y pierde su sabor. La sal y la tierra son dos cosas diferentes. El cristiano y el mundo son diferentes. Si perdemos esa diferencia, perdemos la posibilidad de impactar al mundo. La sal se mezcla con la gente de la tierra para sazonarla y preservarla. La tierra necesita sal; sin sal está corrompida, se deteriora y se pierde. Sin sal no hay sabor. Así como un plato de comida puede exigir sal, la tierra la clama (cuando la sal está buena), para hacerla más agradable.
Seguir a Jesús y ser su representante en el mundo es costoso. En comparación con nuestra devoción a Él, debemos «odiar» a nuestras familias (Lucas 14:26-27). Tenemos que asegurarnos de entender completamente en qué nos estamos metiendo antes de comprometernos a ser sal en el mundo. Si no tomamos en cuenta el costo del discipulado, evidenciado por relaciones inapropiadas con la familia y las posesiones, resultará en que seamos ineficaces como la sal insípida, e inútiles a Cristo.
La advertencia de Jesús es alarmante: No sirve ni para la tierra ni para el abono; hay que tirarla fuera. Una vez que el cristiano cae en esa situación no es posible recuperar su sabor. No sirve para nada. Esta persona tomó la decisión para seguir a Cristo sin calcular el costo (y por desgracia, pocas veces compartimos ese costo con alguien que quiere recibir a Cristo). Es como la persona en la parábola de la semilla que recibe la palabra con gozo y al principio todo parece bien (Lucas 8:1-15), pero los afanes de esta vida y el engaño de las riquezas le quitan su sal y se vuelve insípida. Me recuerda estas palabras fuertes en Hebreos 6:4-6:
Es imposible que renueven su arrepentimiento aquellos que han sido una vez iluminados, que han saboreado el don celestial, que han tenido parte en el Espíritu Santo y que han experimentado la buena palabra de Dios y los poderes del mundo venidero, y después de todo esto se han apartado. Es imposible, porque así vuelven a crucificar, para su propio mal, al Hijo de Dios, y lo exponen a la vergüenza pública.
Una referencia más a la posibilidad de dejar de ser salado
Esta referencia está en el contexto del pecado que hace que otros tropiecen:
»Pero, si alguien hace pecar a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojaran al mar. Si tu mano te hace pecar, córtatela. Más te vale entrar en la vida manco que ir con las dos manos al infierno, donde el fuego nunca se apaga. Y, si tu pie te hace pecar, córtatelo. Más te vale entrar en la vida cojo que ser arrojado con los dos pies al infierno. Y, si tu ojo te hace pecar, sácatelo. Más te vale entrar tuerto en el reino de Dios que ser arrojado con los dos ojos al infierno, donde
»“su gusano no muere,
y el fuego no se apaga”.
La sal con que todos serán sazonados es el fuego. La sal es buena, pero, si deja de ser salada, ¿cómo le pueden volver a dar sabor? Que no falte la sal entre ustedes, para que puedan vivir en paz unos con otros» (Marcos 9:42-50).
Buena es la sal; mas si la sal se hace insípida, ¿con qué la sazonaréis? Tened sal en vosotros mismos; y tened paz los unos con los otros (Marcos 9:50, RVR).
La primera parte del verso 50 es casi idéntica a Lucas 14, pero en Marcos la enseñanza anterior es sobre la importancia de evitar el pecado, hasta el extremo de cortarte la mano o quitar el ojo que te hace pecar. Jesús dice que esa persona se ha vuelto insípida. Para evitar eso Jesús nos manda a hacer dos cosas:
- Tener sal en nosotros mismos. Aquí no somos la sal, pero somos mandados por Jesús a tener sal en nosotros mismos. Necesitamos sal para purificarnos y darnos el olor fragante de Cristo. Es la presencia del Espíritu y una vida santificada que funcionan como esa sal. Si la sal no está presente en una iglesia (o en la sociedad), la gente puede caer en pecado grave.
- Tener paz unos con otros. La presencia de esa sal nos ayuda a vivir en paz. Necesitamos la sal purificadora para mantener nuestra comunión y paz con otros, lo que nos ayuda a evitar el pecado.
La «sal» que Dios usa en nosotros es el fuego, para purificarnos y asegurarnos de no terminar en los fuegos del infierno. Podría ser el bautismo de fuego, el bautismo del Espíritu Santo. Debemos tener sal entre nosotros, dando como resultado relaciones pacíficas y positivas. Este es el aspecto relacional de la sal que observamos en la sociedad del Oriente Medio. Debemos ser escrupulosos en evitar cualquier cosa que podría contaminar nuestra sal y volvernos inútiles, hasta el punto de cortar la extremidad que nos hace pecar. Si perdemos nuestra salinidad y hacemos tropezar a un «pequeño,» seremos arrojados y pisoteados en el fuego del infierno. No hay manera de volver y ser salados de nuevo.
El cristiano que no logra lidiar con el pecado en su vida y carece de relaciones positivas con otros ha perdido su sal, su capacidad de tener un impacto parecido a Cristo en el mundo. Dios no nos salva para estar entretenidos en la iglesia, sino para salir e impactar al mundo que nos rodea. Tú eres la sal de la tierra. ¿Cuántos cristianos insípidos conoces? Pueden calentar una banca en la iglesia y pagar su diezmo, pero son inútiles en el reino de Dios. ¿Cómo está tu sal? Sabemos que Dios es paciente y misericordioso, pero no juegues con Dios. El que tenga oídos para oír, que oiga.