¿Conoces realmente a Dios? 1 Juan 2:3-6

¿Cómo sabemos si hemos llegado a conocer a Dios?

A veces tengo dudas si realmente soy salvo. ¿Es posible estar seguro?

Esta es la primera de varias pruebas en esta carta para nuestra salvación. Existen muchas respuestas a esta pregunta en la iglesia actual. Para muchos, es el simple acto de pasar al frente de una iglesia y hacer una oración de entrega a Dios. Pero según Juan, es más complicado. Su primera prueba:

Si obedecemos sus mandamientos.

Sabemos que somos salvos por la gracia de Dios, mediante nuestra fe en su provisión de un Salvador. Pero cuando alguien nace de nuevo y es salvo, debe haber una transformación en esa persona. Ya tiene el Espíritu Santo y el poder sobrenatural para obedecer a Dios. El Señor quita la rebelión,  y nos da el deseo de agradar a nuestro Dios. Reconocemos que su yugo es fácil y ligera su carga. Sus mandamientos existen no para frustrarnos, sino que son las guías sabias para ordenar la vida y experimentar la vida abundante.

Esta es también la primera de 42 veces que Juan usa los dos verbos griegos para “saber”. El gnosticismo ya estaba apareciendo en la iglesia primitiva, una herejía que creció en el siglo II y predicaba un conocimiento secreto que solo unos pocos pueden alcanzar. Eso, no la fe en Cristo, fue la salvación, la cual es escapar del cuerpo. Decían que sólo el espíritu es bueno; el cuerpo es malo.

El que afirma: «Lo conozco», pero no obedece sus mandamientos, es un mentiroso y no tiene la verdad. 

Algo anda mal, hay una contradicción fundamental, si una persona realmente conoce a Dios pero no le obedece. De nuevo, Juan habla de verdades y mentiras. La persona que vive así vive una ilusión. No se dedica a aprender acerca de los mandamientos de Dios ni le importa obedecerlos. No entiende lo que significa tener a alguien como Señor y Maestro. ¿Cómo está tu obediencia?

Escucho a otros hablar sobre el amor de Dios, pero siento que no he experimentado ese amor. ¿Estoy haciendo algo malo? ¿Estoy en pecado? ¿Cómo puedo experimentar ese amor?

En cambio, el amor de Dios se manifiesta plenamente en la vida del que obedece su palabra.

Vamos a ver una conexión intima entre la obediencia y el amor. La prueba de nuestro amor a Dios es la obediencia, y lo que desata el amor de Dios en nosotros es nuestra obediencia. El griego dice que “verdaderamente se ha perfeccionado el amor de Dios” (NBLA) en la persona obediente. ¡Qué maravilloso saber que el amor de Dios se puede perfeccionar en tu vida!

En esta misma carta, Juan declara que Dios nos amó primero. Respondemos a ese amor con una entrega a su señorío y la confesión de nuestro pecado. Entonces, asombrados por tan grande amor, le obedecemos, y su amor se hace más manifiesto en nosotros. Si su amor no se manifiesta, a menudo hay un problema con nuestra obediencia. Dice aquí que es la obediencia a su palabra. Tenemos que escuchar la palabra predicada y enseñada en la iglesia (y ser parte de una iglesia centrada en esa palabra), y estudiar la palabra a solas, con el corazón abierto y deseoso de ver algo que pueda obedecer, porque quiero agradar a mi Dios. Algunos esperan una palabra profética o hablada a su espíritu para obedecer, pero esta relación de amor inicia con nuestra obediencia a la palabra escrita de la Biblia.

De este modo sabemos que estamos unidos a él: 

¿Cuál es la segunda prueba de nuestra salvación en esta carta?

el que afirma que permanece en él debe vivir como él vivió. (O “andar como él anduvo.”)

Me parece imposible. ¿No es solo para pastores o algunos cristianos muy especiales?

Juan describe la relación del creyente con su Señor de tres maneras en estos versículos. En dos casos, habla de la persona que “afirma” esta relación. Es obvio que cree que es salvo, pero ya en el verso 4 Juan dice que es posible afirmar algo con la boca, pero si no hay evidencia, si no hay fruto, esa persona no tiene la verdad y es un mentiroso.

Jesús habló de permanecer en él, y Juan lo registró en su evangelio:

Permanezcan en mí, y yo permaneceré en ustedes. Así como ninguna rama puede dar fruto por sí misma, sino que tiene que permanecer en la vid, así tampoco ustedes pueden dar fruto si no permanecen en mí.

Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no pueden ustedes hacer nada. El que no permanece en mí es desechado y se seca, como las ramas que se recogen, se arrojan al fuego y se queman. Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran, y se les concederá (Juan 15:4-7).

La expectativa es que cada creyente permanezca en su Señor. Separado de él, no puedes hacer nada, y te quemarás. La meta parece muy alta, pero al mismo tiempo debe dejarte muy emocionado: ¡Es posible vivir como vivió Cristo! ¡Es la voluntad de Dios para ti! Su vida en esta tierra fue un ejemplo, un modelo, de lo que tú puedes vivir, de cómo tú puedes andar. De hecho, Cristo dijo:

Ciertamente les aseguro que el que cree en mí las obras que yo hago también él las hará, y aun las hará mayores, porque yo vuelvo al Padre (Juan 14:12).

Es algo tan fundamental, tan importante, pero algo ignorado por muchos predicadores y cristianos. Yo he escrito una serie de cuatro libros sobre el tema (la serie se llama Andar como Jesús anduvo).

El verdadero cristiano debe andar como Jesús anduvo.