La profetiza Débora: La única jueza (Jueces 4)

1Después de la muerte de Aod, los israelitas volvieron a hacer lo que ofende al Señor. Así que el Señor los vendió a Jabín, un rey cananeo que reinaba en Jazor. El jefe de su ejército era Sísara, que vivía en Jaroset Goyim. Los israelitas clamaron al Señor porque Jabín tenía novecientos carros de hierro y, durante veinte años, había oprimido cruelmente a los israelitas.

Samgar pudo haberlos liberado en los años posteriores a la muerte de Aod, pero la triste historia es la misma. Es una forma interesante que ya hemos visto para describir la respuesta del Señor a su pecado: Los vendió. ¿Qué recibió como pago? Probablemente sea solo una forma de decir que se alejó de ellos y se los entregó a este rey. El opresor parece cada vez peor: Jabín tenía 900 carros de hierro y los oprimía cruelmente. Esta vez la “condena” también fue más larga: 20 años. Parece que solo clamaron al Señor después de todos esos años de opresión.

¿Alguna vez has visto en tu vida o en la vida de alguien que conoces que el Señor los “vendió” a algo o alguien para oprimirlos?

 

¿Has visto una serie de opresores, cada vez más cruel, en la vida de esa persona?

 

¿Cuánto tiempo sufrieron bajo esa opresión?

 

¿Qué fue lo que finalmente los motivó a clamar al Señor?

 

La única jueza

Dios responde con alguien totalmente diferente:

En aquel tiempo gobernaba a Israel una profetisa llamada Débora, que era esposa de Lapidot. Ella tenía su tribunal bajo la Palmera de Débora, entre Ramá y Betel, en la región montañosa de Efraín, y los israelitas acudían a ella para resolver sus disputas. 

El Antiguo Testamento solo menciona cinco profetisas:

  • Miriam (Éxodo 15:20)
  • Huldá (2 Reyes 22:14, 2 Crónicas 34:22)
  • Noadías (Nehemías 6:14)
  • La esposa de Isaías (Isaías 8:3)
  • Y Débora

Claramente estamos en un momento complicado (el siglo XII a. C.) en la historia de Israel. Aparentemente, Samgar no era un hombre impresionante. Los libertadores que Dios levantó no prepararon líderes. No hay detalles, pero parece que nadie gobernó el país. Tampoco se menciona los sacerdotes ni el tabernáculo ni a ningún culto religioso. Moisés había arbitrado disputas entre el pueblo. Ahora, ante la ausencia de hombres de valor y de buen carácter, se presenta esta mujer profetisa. Nadie más tenía un tribunal, y ella ofreció soluciones sabias. Entonces los israelitas de todo el país acudieron a ella. Quizás así llegó a gobernar Israel, aunque no sabemos qué significaría gobernar en ese momento. Trabajó así durante 60 años.

Desafortunadamente, sabemos muy poco sobre Débora. Era la esposa de Lapidot y vivía en la región montañosa de Efraín. Su nombre significa “abeja.” Cómo se convirtió en profetisa o cómo funcionó en ese don tampoco lo sabemos, pero aparentemente ella tenía una conexión con Dios, escuchaba su voz y tenía la sabiduría para resolver disputas. Samuel es el único otro que funcionó como ambos juez y profeta.

Una palabra de Dios lo cambia todo

Nadie se levantó para liberar a Israel de la cruel opresión de Jabín, y Débora no tenía ejército ni experiencia como guerrera. Pero recibió una palabra de Dios y tenía el respecto y la autoridad entre la gente para llamar a un hombre y ordenarlo:

Débora mandó llamar a Barac hijo de Abinoán, que vivía en Cedes de Neftalí, y le dijo:

—El Señor, el Dios de Israel, ordena: “Ve y reúne en el monte Tabor a diez mil hombres de la tribu de Neftalí y de la tribu de Zabulón. Yo atraeré a Sísara, jefe del ejército de Jabín, con sus carros y sus tropas, hasta el arroyo Quisón. Allí lo entregaré en tus manos”.

Parece que Dios le dijo que esta palabra era para Barac; de alguna manera tiene que juntar diez mil hombres para pelear, porque Israel no tenía ejército en ese entonces. Dios arreglará el resto, llevando al jefe del ejército de Jabín a un lugar específico y entregándolo a Israel. Pero, en este tiempo de pecado e incredulidad, ¿tendrán la fe y la valentía para obedecer?

¿Cómo responderías tú si recibieras una palabra como ésta?

 

¿Cuáles serían tus dudas o temores?

 

Barac lo hará, pero con una condición:

Barac le dijo: —Solo iré si tú me acompañas; de lo contrario, no iré.

Débora tenía que ser una mujer muy fuerte, demostrando el poder, la presencia y la autoridad de Dios. Pocos hombres, especialmente en esa época, confesarían que no se irían sin una mujer.

¿A quién le pedirías que te acompañe a la batalla?

Pero, ¿está dispuesta Débora para dejarlo todo e ir a la batalla?

La respuesta de Débora

—¡Está bien, iré contigo! —dijo Débora—. Pero, por la manera en que vas a encarar este asunto, la gloria no será tuya, ya que el Señor entregará a Sísara en manos de una mujer.

Está molesta. No está impresionada por la valentía de Barac. Posiblemente tenga dudas de por qué Dios escogería a este varón para dirigir al ejército. Con una palabra de conocimiento y juicio, ella dice que una mujer, y no Barac, recibirá la gloria por la muerte de Sísara. Suponemos que la mujer es Débora.

Así que Débora fue con Barac hasta Cedes, 10 donde él convocó a las tribus de Zabulón y Neftalí. Diez mil hombres se pusieron a sus órdenes, y también Débora lo acompañó.

Cuando algo proviene de Dios, Él hace lo que puede parecer muy difícil. Barac consiguió los diez mil hombres, e hizo todo junto con Débora.

Cuando hay una batalla contra las fuerzas de maldad, tenemos que reunir al pueblo de Dios para pelear juntos contra el enemigo. ¿Conoces gente hoy que quiera unir a los creyentes de esta manera? ¿Podrías ser tú el que Dios usaría para unir a su pueblo?

 

¿Te sientes tan inesperado como Débora para hacer algo grande para Dios?

 

Lo importante en ese momento es estar seguro de que es Dios que llama a la gente, y no alguna agenda de hombres.

 

11 Héber el quenita se había separado de los otros quenitas que descendían de Hobab, el suegro de Moisés, y armó su campamento junto a la encina que está en Zanayin, cerca de Cedes.

Ahora se presenta a otro hombre, descendiente del suegro de Moisés. Él juega un papel importante en esta historia, pero su campamento armado no formaba parte del ejército israelí. De hecho, a pesar de ser pariente de Moisés, estaba aliado con el opresor de Israel.

12 Cuando le informaron a Sísara que Barac hijo de Abinoán había subido al monte Tabor, 13 Sísara convocó a sus novecientos carros de hierro, y a todos sus soldados, desde Jaroset Goyim hasta el arroyo Quisón.

Israel ha provocado a Sísara, según el plan de Dios, y este jefe sale con todo su ejército.

Adelante por la victoria

14 Entonces Débora le dijo a Barac: —¡Adelante! Este es el día en que el Señor entregará a Sísara en tus manos. ¿Acaso no marcha el Señor al frente de tu ejército?

Barac descendió del monte Tabor, seguido por los diez mil hombres. 15 Ante el avance de Barac, el Señor desbarató a Sísara a filo de espada, con todos sus carros y su ejército, a tal grado que Sísara saltó de su carro y huyó a pie. 16 Barac persiguió a los carros y al ejército hasta Jaroset Goyim. Todo el ejército de Sísara cayó a filo de espada; no quedó nadie con vida.

Israel no ha experimentado una victoria tan impresionante en mucho tiempo. La fe, el aliento y la palabra provienen de Débora. El hecho de que Dios les haya entregado al enemigo no significa que no peleen. Pero esta colección de hombres de Israel sin experiencia de la guerra desbarató este ejército grande y bien equipado. Nadie quedó con vida excepto su jefe, Sísara.

El fin de Sísara, a manos de una mujer

17 Mientras tanto, Sísara había huido a pie hasta la carpa de Jael, la esposa de Héber el quenita, pues había buenas relaciones entre Jabín, rey de Jazor, y el clan de Héber el quenita. 18 Jael salió al encuentro de Sísara, y le dijo: —¡Adelante, mi señor! Entre usted por aquí. No tenga miedo.

Ahora nos enteramos del propósito de presentar a Heber, el quenita. Era amigo del rey Jabín. Sísara necesita a alguien amistoso en este momento, y cree que puede refugiarse en la carpa de Heber. No sabemos dónde estaba Heber, pero su esposa sale a recibir a Sísara.

Sísara entró en la carpa, y ella lo cubrió con una manta. 19 —Tengo sed —dijo él—. ¿Podrías darme un poco de agua?

Ella destapó un odre de leche, le dio de beber, y volvió a cubrirlo.

20 —Párate a la entrada de la carpa —le dijo él—. Si alguien viene y te pregunta: “¿Hay alguien aquí?”, contéstale que no. 21 Pero Jael, esposa de Héber, tomó una estaca de la carpa y un martillo, y con todo sigilo se acercó a Sísara, quien agotado por el cansancio dormía profundamente. Entonces le clavó la estaca en la sien y se la atravesó, hasta clavarla en la tierra. Así murió Sísara.

¡Era una mujer muy valiente! No sabemos por qué, pero engañó a este gran guerrero para poder matarlo. Sísara era amigo de su esposo, pero quizás Jael temía a Dios, o había escuchado hablar de Débora y su fama, y quería apoyar a otra mujer valiente.

Hay momentos en que se presenta la oportunidad de participar en la guerra espiritual u otra obra de Dios. ¿Cómo puedes prepararte y saber cuándo Dios te ha dado esa oportunidad?

 

Jael no tenía armas ni experiencia como soldado para enfrentarse a un gran guerrero (y amigo de su esposo). Dios te dará la valentía y las herramientas para hacer su voluntad (¡no necesariamente clavar a alguien en la sien para matarlo!). ¿Has experimentado algo parecido?

 

 

22 Barac pasó por allí persiguiendo a Sísara, y Jael salió a su encuentro. «Ven —le dijo ella—, y te mostraré al hombre que buscas». Barac entró con ella, y allí estaba tendido Sísara, muerto y con la estaca atravesándole la sien.

23 Aquel día Dios humilló en presencia de los israelitas a Jabín, el rey cananeo. 24 Y el poder de los israelitas contra Jabín se consolidaba cada vez más, hasta que lo destruyeron.

Dios no solo humilló a Jabín, sino también a Barac. Conforme a la palabra de Débora, fue una mujer que recibió la gloria por matar a Sísara. La victoria comenzó con una palabra de Dios, fielmente obedecida por esta mujer Débora, quien se involucró para acompañar a Barac. Ese proceso resulta en la destrucción de este rey poderoso, Jabín, y la liberación de Israel de su opresión.

Dios puede actuar de maneras que no tienen sentido para nosotros, y usar personas inesperadas. ¿Puedes pensar en alguien como Débora o Jael que el Señor haya usado?