Salmo 8

Estoy compartiendo unos de los capítulos de un libro que estoy escribiendo sobre la vida de David, incluyendo uno de sus Salmos después de cada uno. Este sigue su unción para ser rey por el profeta Samuel (1 Samuel 16:1-13).

Esa noche, mientras contemplaba lo que había sucedido, David vio al firmamento lleno de estrellas (¡sin la distracción de una sola luz!). Siempre se maravillaba de la grandeza de Dios, pero esa noche estaba completamente abrumado: ¿cómo podría comprender que un Dios tan grande escogiera y lo llenara de su Espíritu? Quizás eso lo motivó a cantar y luego escribir este Salmo.

Oh Señor, Soberano nuestro,
¡qué imponente es tu nombre en toda la tierra!

¡Has puesto tu gloria sobre los cielos!

Cada día se le hacía más evidente que su Dios es el único dios. Él es el Rey, él está en control y él es el Soberano de Israel. Esa tarde había experimentado ese gran poder de Dios. Su corazón se llenó de alabanza al ver la gloria de Dios en el cielo nocturno.

No podía comprenderlo, ni podía captar el significado de un llamado a ser rey sobre todo el país: “¿Yo? ¿Un muchacho? ¿Un pastor de ovejas?” Siempre había tenido un enfoque muy estrecho: la casa de su papá, Belén y los campos que la rodeaban.  Puede que aún no conociera a Jerusalén, que era la ciudad más grande cercana, pero todavía pertenecía a los cananeos y no tenía su importancia futura como capital y sitio del templo.

Con la alabanza que brota de los labios de los pequeñitos
y de los niños de pecho
has construido una fortaleza,
para silenciar al enemigo y al vengativo.

David aún se consideraba un pequeño. Sus hermanos siempre le recordaban que era el más joven y menos importante de la familia. Pero si Dios puede usarlo como rey, un joven de tal vez quince añitos, Dios puede fortalecerlo y capacitarlo para gobernar el país.

La versión PDT dice: Tú les diste estas canciones poderosas para silenciar a tus enemigos. Aquí David declara algo muy importante que él vería una y otra vez: El poder de la alabanza. No importa la edad o la importancia de la persona. Jesús diría que el Reino de Dios pertenece a los niños. David mataría a Goliat con la fe de un niño. Ese corazón de alabanza era una fortaleza contra los ataques del enemigo. Y David sabe algo más: las espadas no suelen ser lo más peligroso. Son las palabras, las mentiras y el engaño del diablo. ¡Pero la alabanza lo silencia! ¿Qué papel juega la alabanza en tu vida? ¿Te resulta más fácil quejarte y murmurar? En lugar de luchar con tus palabras, alaba al Señor.

Cuando contemplo tus cielos,
obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que allí fijaste,
me pregunto:
«¿Qué es el hombre para que en él pienses?
¿Qué es el hijo del hombre para que lo tomes en cuenta?».

Muchos hombres tienen un concepto muy exagerado de su importancia. Yo todavía me maravillo cuando miro el cielo nocturno y su infinidad, y más aún las imágenes que vemos desde el telescopio Hubble o James Webb. Aquí estamos en esta mota de polvo llamada Tierra, y el Padre envió a quien hizo todo este universo con su palabra a morir por nosotros en una cruz. La respuesta a la pregunta de David, ¿qué es el hombre?: Es su creación suprema, hecho a su imagen. Dios lo ama con el amor perfecto y ágape de un padre.

Lo hiciste poco menor que los ángeles
y lo coronaste de gloria y de honra.

La verdadera humildad no significa que nosotros nos arrastramos como un gusano. Somos tan valiosos a los ojos de Dios que él murió por nosotros, nos adoptó como sus hijos y nos comisionó para reinar con Cristo. Nos hizo un poco menor que los ángeles. No teníamos esos atributos sobrenaturales de ellos, pero ahora, redimidos y adoptados, los vamos a juzgar. ¿Andas como hijo del Rey? ¿Te das cuenta de esa corona de gloria y de honra que Dios puso sobre tu cabeza? Esa noche David se maravilló de su unción y de esta asombrosa noticia de que algún día sería coronado rey de Israel.

Le diste dominio sobre la obra de tus manos;
todo lo pusiste bajo sus pies:
todas las ovejas, todos los bueyes,
todos los animales del campo,
las aves del cielo,
los peces del mar
y todo lo que surca los senderos del mar.

Durante esos días en el campo con su rebaño, David meditó sobre las historias de la creación que su padre le contaba. La comisión que Dios le dio a Adán estaba grabada en su mente: «¡Sean fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar y a las aves del cielo, y a todos los animales que se arrastran por el suelo! Yo les doy de la tierra todas las plantas que producen semilla y todos los árboles que dan fruto con semilla; todo esto les servirá de alimento. Y doy la hierba verde como alimento a todas las fieras de la tierra, a todas las aves del cielo y a todos los seres vivientes que se arrastran por la tierra». (Génesis 1:28-30) Pero su papá también le contó cómo fueron expulsados del Edén por su desobediencia. Al mirar a sus ovejas, se consideró mayordomo de estos animales; para su padre Isaí, pero también para su Padre celestial. Dios puso todo bajo sus pies no para abusara de ello, sino para que lo cuidara y lo usara: La llana de esas ovejas, su leche y la riqueza de una pierna asada. Tener dominio no significa dominar con soberbia, sino más bien administrar según el corazón de su Creador. Dios lo puso a cargo de su creación, para ejerciera la autoridad de Dios para su bienestar. Lo hizo enseñorear. Somos las manos y el corazón de Dios para cuidar y bendecir su creación.

 Oh Señor, Soberano nuestro,
¡qué imponente es tu nombre en toda la tierra!

Aun con esta unción para ser rey y el poder del Espíritu Santo morando en él, David no buscó la gloria de su propio nombre, sin que se sometió a la soberanía de Dios, y buscó la grandeza, majestad y gloria de ese nombre sobre todo nombre.